
iU, iU, iU, iU, un sonido intermitente me taladra hasta lo profundo y me hace estremecer, me colapsa y me hace cerrar los puños y estrellarlos contra la superficie lisa de madera. Esas resonancias materializadas en ella, de cabello rizado, ahora atenta, ahora escribiendo, siempre activa, siempre al tanto; materializadas igualmente en él que encabeza el espacio circular cuadrado desde donde transmite lo que mejor sabe hacer: mostrar la vida, lo que acontece, lo que se mueve…
Pero yo no me muevo… no mucho.
Y ese sistema de medición que inventó el hombre llamado tiempo, se escurre y se diluye a través de los titubeos de mis manos para decidir si hacen lo que tienen que hacer o… cualquier otra cosa.
Inerte. Mejor métete dentro de aquella jungla naranja, sube las escaleras del fondo y pregúntale a la más anciana de las personas que componen aquél círculo de charla cuál es el detonante que hará finalmente que tus piernas se dirijan a donde deban de dirigirse, que tus ojos lean lo que tengan que leer y que tu nariz se encuentre metida en el sitio correcto.
Pip, Pip, Pip, Pip, la alarma siempre presente. Es tan consistente que llega el momento en que la conciencia deja percibirla, se acostumbra al sonido intermitente y se olvida de que está ahí, suene y suene.
Suficiente... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... hora de apagarla.
Porque podría ser víctima de una falsificación de software.